Sentimos tristeza ante la pérdida de algo que consideramos valioso. Puede tratarse de la muerte de un ser querido, una ruptura sentimental o un despido. Pero también surge cuando lo que perdemos es la idea que tenemos sobre nosotros mismos o sobre los demás ya sea por humillaciones, derrotas o decepciones.
Todas las emociones son útiles y necesarias, pero ¿para qué nos sirve la tristeza?
La tristeza nos motiva a la no acción. Estamos apáticos, sin ganas de nada. ¿Y en qué nos ayuda todo esto? Aunque resulte difícil ver lo útil de la tristeza esta tiene una doble función:
- Por un lado, nos ayuda a adaptarnos a la nueva situación. Nos obliga a parar para que podamos darnos cuenta de los recursos con los que contamos de ahora en adelante tras la pérdida.
- Y por otro lado, facilita, a través de la empatía, el apoyo de los demás.
A la hora de gestionar nuestra tristeza es bastante común poner en marcha ciertas soluciones que en lugar de ayudarnos complican más la situación sumando a la tristeza sana y natural otros sufrimientos innecesarios.
La primera es renunciar a actividades de ocio que habitualmente nos nutren, como por ejemplo, quedar con amigos, divertirse…
- Podemos pensar que no queremos aburrirles con nuestras penas o simplemente nos avergüenza que nos vean así.
- O también, podemos pensar que son actividades “no esenciales” o “carentes de importancia” y no merece la pena gastar la poca energía que tenemos en ellas.
Este proceso de renuncia es como caer por un embudo de agotamiento. El embudo se crea cuando los círculos de nuestras vidas se hacen cada vez más pequeños. Cuando más estrecho se vuelve el embudo, más probable es que nos sintamos agotados y exhaustos.
Así que, lejos de ahorrar energía nos estamos privando de las estrategias más sencillas y eficaces para invertir el declive que nos puede llevar a la depresión y cargarnos de energía.
La segunda solución que empeora las cosas es enfrentarse al agotamiento esforzándonos más, porque lo que conseguimos es agotarnos más todavía. Como cuando alguien que ha caído en arenas movedizas se hunde más debido a los esfuerzos que hace para intentar salir.
- Podemos esforzarnos en reprimir la tristeza y lo que conseguimos es mantenerla durante más tiempo y más intensamente.
- Podemos esforzarnos para provocar la alegría y lo que conseguimos es inhibirla.
- Podemos esforzarnos por entender cómo hemos llegado a estar tan tristes pero lo que conseguimos es estar más tristes todavía.
- Podemos esforzarnos para encontrar un modo de salir de ese estado de ánimo pero lo que conseguimos es:
- desenterrar penas del pasado que nos hacen sentir más tristeza, culpa y vergüenza,
- proyectar preocupaciones con relación al futuro que nos generen ansiedad
- y enfadarnos con nosotros mismos por no ser capaces de sobreponernos.
En resumen, los esfuerzos que realizamos habitualmente para salir de este estado de ánimo, lejos de liberarnos, nos mantienen atrapados en el dolor del que estamos intentando escapar.
Por extraño que pueda parecer, la ciencia ha demostrado que está bien dejar de intentar solucionar el problema de sentirse mal, pero llegados a este punto, es mejor ponerse en manos de un especialista que nos ayude a volver a disfrutar de la vida.
M. Williams, J. Teasdale, Z. Segal, J. Kabat-Zinn (2010): “Vencer la depresión” . Ed: Paidós. Madrid.