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Citas para… inspirarnos, reflexionar y debatir
Citas para… inspirarnos, reflexionar y debatir
Para saber más sobre la autoestima
La autoestima, bajo una perspectiva psicológica guarda relación con:
- Autoafirmación: el sujeto con una autoestima alta tiende a defender e imponer sus puntos de vista y suele tener mejor rendimiento escolar y originalidad en sus ideas y exposiciones.
- Atribuciones causales:por lo general se realiza la atribución causal de una conducta a partir de tres factores:
- El locus, lugar donde situamos la causa. Las causas son internas cuando se sitúan dentro del sujeto y externas cuando están fuera del mismo.
- La estabilidad: en función de que la causa sea estable o inestable.
- La controlabilidad o nivel de control que se ejerce sobre la causa. Son causas controlables o no incontrolables.
- Salud mental: una autoestima alta actúa como defensa psicológica ante tensiones y problemas. Se han detectado relaciones entre autoestima y depresión. En general, la baja autoestima puede llevar a sentimientos de apatía, aislamiento y pasividad, mientras que la alta autoestima se relaciona con mayor actividad, sentimientos de control sobre las circunstancias, menor ansiedad, mejor capacidad para tolerar el estrés interno o externo, menor sensibilidad a las críticas y mejor salud física (Lara, Verduzco, Acevedo y Cortés, 1993).
Cómo elogiar / reforzar correctamente y para qué nos sirve
Tenemos la tendencia a buscar fallo, en lugar de los puntos fuertes. Esto nos pasa sobre todo con nuestros hijos, pero también con la pareja y en el trabajo.
Frecuentemente, nos olvidamos de halagar y elogiar a las demás personas. Damos por hecho que lo positivo es lo normal, o que es su deber hacer las cosas bien. Incluso parece que nos da cierto pudor resaltar lo positivo de los demás y que puedan pensar que queremos adularles.
¿Qué debemos tener en cuenta a la hora de elogiar correctamente?
- Lo más importante a la hora de elogiar es ser sincero, si no, la comunicación no verbal nos delatará y no conseguiremos el efecto deseado.
- Ten una actitud de búsqueda de lo positivo. Y evita asociarlo a una crítica.
- Siempre es mejor elogiar la conducta que a la persona, sobre todo, cuando estamos educando a un niño. Le debe quedar claro cuál es la conducta que nos agrada, para que vuelva a repetirla.
- Tendremos que ser lo más concretos posible.
- Es mejor decir: “Me gusta cómo has colocado la colcha y lo bien que has estirado las sábanas.”
- Que decir de manera más genérica: “Has hecho muy bien la cama.”
- También es conveniente usar mensajes yo, en primera persona, y utilizar un lenguaje emocional.
- Será más eficaz decirle a nuestro hijo: “Me encanta tu dibujo.”
- Que decirle: “Has hecho un dibujo muy bonito.”.
- También es importante que el elogio o refuerzo se exprese en un tiempo próximo a la conducta que nos agrada.
Hasta aquí hemos visto qué nos frena a la hora de elogiar y cuál es la manera más adecuada de hacerlo, pero, ¿para qué nos sirve elogiar?
- En primer lugar favorece que caigamos bien y nos convirtamos en personas significativas y de confianza.
- También, hace consciente al otro, de aquello que nos agrada de él. Es un gran incentivo, más potente que el castigo o la crítica. Aumentando la probabilidad de que se repitan determinadas conductas.
- El elogio es muy útil si queremos ayudar a potenciar la autoestima positiva y la motivación en el otro.
- Y, en general, podemos decir, que mejora la calidad y calidez de las relaciones.
Cuento: “Atreverse a ser uno mismo”
Tang era un pequeño obrero en un reino del Lejano Oriente. Trabajaba el cobre y fabricaba magníficos utensilios que vendía en el mercado. Tenía una vida feliz y una alta autoestima. Tan solo le quedaba encontrar a la mujer de su vida.
Un día, un enviado del rey llegó para anunciar que Su Majestad deseaba casar a su hija con el joven de mayor autoestima del reino. En el día estipulado, Tang se dirigió al palacio y se encontró con cientos de jóvenes pretendientes.
El rey los miró a todos y le pidió a su cambelán que les diese a cada uno cinco semillas de flores. Después, les rogó que regresaran en primavera con una maceta de flores salidas de las semillas que había hecho que les dieran.
Tang plantó los granos, los cuidó con esmero, pero allí no salió nada: ni brotes, ni flores. En la fecha estipulada, Tang cogió su maceta sin flores y partió hacia el castillo. Cientos de otros pretendientes llevaban macetas con flores magníficas y se burlaban de Tang y de su maceta de tierra sin flores.
Entonces el rey pidió a cada uno de ellos que pasaran ante él para presentar sus macetas. Tang llegó, algo intimidado ante el rey: “No germinó ninguna de las semillas Majestad” dijo. El rey le respondió: “Tang, quédate junto a mí”.
Cuando todos los pretendientes hubieron desfilado, el rey los despidió a todos excepto a Tang.
Anunció a todo el reino que Tang y su hija se casarían el verano próximo. ¡Fue una fiesta extraordinaria! Y Tang y la princesa cada vez estaban más enamorados. Vivían felices.
Un día Tang le preguntó al rey, su suegro: “Majestad, ¿cómo es que me escogisteis como yerno si mis semillas no habían florecido?” ¡Ninguna semilla podía florecer! ¡Hice que hirvieran toda la noche! y tú fuiste el único en tener bastante autoestima y consideración hacia los demás para ser honesto. ¡Era un hombre así el que yo quería como yerno!
Cuento: “El halcón y la vieja”
Era una vez una señora muy respetable acostumbrada al trato con pájaros. Sólo que los únicos pájaros que conocía eran las palomas.
Un día un halcón se posó en su ventana. Ella lo observó y dijo: “Pero, qué pájaro desaliñado. ¡Qué desastre, es una vergüenza!…”.
Tomó al halcón por la fuerza y con sus tijeras de podar le cortó las alas, excesivamente grandes, según ella. Con una tenaza le rebanó el pico, demasiado torcido, según le habían enseñado. Y, por último, le limó las garras, amenazadoramente fuertes y pensó, comparándolas con las de los únicos pájaros que conocía.
Luego volvió a mirar al halcón mutilado y moviendo la cabeza con una sonrisa dijo: “Ahora sí, pareces un pájaro decente”.
Madrid, J. y Henche, I. (2008): “Cuentos e historias para la educación sexual”, en Loizaga, F. (2008): Nuevas técnicas didácticas en Educación Sexual. Madrid: McGraw-Hill.El valor de las cosas, una historia zen
Esta es una historia que nos enseña que el verdadero valor de las cosas sólo puede ser apreciado por un experto.
– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
– Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó:
– Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
– E… encantado, maestro – titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien- asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros giraban la cabeza y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado – más de cien personas – y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
– Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
– Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
– ¡¿58 monedas?!- exclamó el joven.
– Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
– Siéntate – dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
(Desconozco el nombre del autor)
Cuento: “Padre, hijo, asno”
En un día muy caliente, en una ciudad al sur de Italia, un padre y su hijo emprenden un viaje, con su asno, para visitar a unos parientes que viven en una ciudad lejana de su comarca.
El padre va montado sobre el asno y el hijo camina a su lado; los tres pasan delante de un grupo de personas y el padre escucha que estos dicen:
– Miren eso, ¡Qué padre tan cruel! Va sobre el asno y su hijito debe andar en un día tan caliente.
Entonces el padre baja del asno, hace subir al hijo y continúan así el camino.
Pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha que estos dicen:
– Pero miren: el pobre viejo camina, en un día tan caliente, y el joven va muy cómodo sobre el asno; ¡Qué clase de educación es ésta!
El padre, entonces, piensa que lo mejor es que los dos vayan sobre el asno, y así continúan el camino.
Un poco después pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha:
– ¡Observen que crueldad!: esos dos no tienen ni un poco de misericordia con ese pobre animal que debe cargar tanto peso en un día tan caliente.
Entonces el padre se baja del asno, hace bajar también a su hijo y continúan caminando junto al asno.
Pasan frente a otro grupo de personas, que dicen:
– ¡Qué imbéciles esos dos!: en un día tan caliente caminan a pesar de que tienen un asno sobre el cual montar.
(Desconozco el nombre del autor).
Soluciones que sólo complican las cosas II: Realizar un esfuerzo por dominar algo temido dejándolo para cuando se esté más preparado para enfrentarlo o para cuando el problema haya perdido fuerza
Se incluye cuando los problemas se abordan a través de la huida, haciendo como si no pasara nada, o mediante mecanismos de evitación, dando rodeos, eludiendo la responsabilidad… Cuanto más se evita o pospone un problema, más se acrecienta y más difícil y terrorífico resulta enfrentarlo. Aquí el tiempo juega claramente en el equipo contrario. La mayor parte de lo que en psicopatología se conoce como fobias, bloqueo, miedo escénico, miedo a hablar en público, encaja en este denominador común de las soluciones intentadas.
En algunos de estos casos el temor proviene de que los demás puedan llegar a darse cuenta de alguna característica personal que el paciente desea guardar celosamente o algún estado anímico que pretende ocultar. Con este fin se evita y pospone lo temido o el esfuerzo para que no se note lo que se desea mantener oculto es tal, que interfiere gravemente con la actividad que se quiere desarrollar. Por ejemplo, un orador novato que, con el fin de no mostrar su inexperiencia, se pone tan nervioso y actúa tan torpemente que resalta justo lo que más desea ocultar: su inexperiencia.