Archivo del Autor: Mónica Manrique

El valor de las cosas, una historia zen

Esta es una historia que nos enseña que el verdadero valor de las cosas sólo puede ser apreciado por un experto.

– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

– Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó:

– Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

– E… encantado, maestro – titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien- asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros giraban la cabeza y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado – más de cien personas – y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

– Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

– Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

– ¡¿58 monedas?!- exclamó el joven.

– Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

– Siéntate – dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

(Desconozco el nombre del autor)

Cuento: “Bueno, malo, quién sabe”

Hay una historia acerca de un viejo sabio en la China que tenía un caballo y un hijo. Todos sus vecinos le tenían lástima y siempre le decían: ‘Qué triste que todo lo que tienes es un hijo y un caballo’. El viejo sabio siempre respondía con las siguientes palabras: ‘¿Qué es bueno, qué es malo, quién sabe?’.

Un día, el caballo se escapó. Todos los vecinos se le acercaron con mucha compasión, diciendo: ‘¡Es terrible, tu único caballo se escapó y ahora solamente tienes a tu hijo. Es terrible!’. Como siempre el viejo sabio encogió sus hombros y dijo: ‘¿Qué es bueno, qué es malo, quién sabe?’.

Pasó una semana y el caballo regresó, y con el venían doce hermosos caballos salvajes. Los vecinos estaban muy emocionados y corrieron hacia el viejo proclamando su buena fortuna: ‘Es tan maravilloso, ahora tienes muchas posesiones’. El viejo sabio respondió una vez más encogiendo sus hombros con las acostumbradas palabras: ‘¿Qué es bueno, qué es malo, quién sabe?’.

El viejo sabio le dijo a su hijo que comenzara a entrenar a los caballos salvajes para que pudieran serle útiles. Un día, el hijo estaba montando un caballo particularmente salvaje, se cayó y se rompió ambas piernas. Cuando los vecinos supieron, llenos de lástima, le decían: ‘Qué cosa tan horrible lo que le pasó a tu único hijo’. El viejo sabio nuevamente se encogió de hombros y dijo: ‘¿Qué es bueno, qué es malo, quién sabe?’.

Poco tiempo después llegaron unos jinetes de una villa cercana buscando a todos los hombres físicamente capaces para ir a la guerra y para ayudarles a proteger su villa de la banda de ladrones que merodeaban por ahí. Así fue como todos los hombres de la villa cercanas fueron a ayudar a la guerra excepto el hijo del viejo sabio, quien tuvo que quedarse en la casa porque sus dos piernas rotas aún no habían sanado. Todos los jóvenes que fueron a la guerra murieron pero el hijo  del viejo sabio vivió muchos años.

Desconozco el nombre del autor.

Cuento: “Padre, hijo, asno”

En un día muy caliente, en una ciudad al sur de Italia, un padre y su hijo emprenden un viaje, con su asno, para visitar a unos parientes que viven en una ciudad lejana de su comarca.

El padre va montado sobre el asno y el hijo camina a su lado; los tres pasan delante de un grupo de personas y el padre escucha que estos dicen:

–  Miren eso, ¡Qué padre tan cruel!  Va sobre el asno y su hijito debe andar en un día tan caliente.

Entonces el padre baja del asno, hace subir al hijo y continúan así el camino.

Pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha que estos dicen:

–  Pero miren: el pobre viejo camina, en un día tan caliente, y el joven va muy cómodo sobre el asno; ¡Qué clase de educación es ésta!

El padre, entonces, piensa que lo mejor es que los dos vayan sobre el asno, y así continúan el camino.

Un poco después pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha:

–  ¡Observen que crueldad!: esos dos no tienen ni un poco de misericordia con ese pobre animal que debe cargar tanto peso en un día tan caliente.

Entonces el padre se baja del asno, hace bajar también a su hijo y continúan caminando junto al asno.

Pasan frente a otro grupo de personas, que dicen:

–  ¡Qué imbéciles esos dos!: en un día tan caliente caminan a pesar de que tienen un asno sobre el cual montar.

(Desconozco el nombre del autor).

La historia del martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso: «¡Quédese usted con su martillo, so penco!»

Cuento de Paul Watzlawick.

Soluciones que sólo complican las cosas V: exacerbar las sospechas del acusador mediante la autodefensa.

Cuando una o más personas – acusadores – suponen de antemano culpable a otro – acusado – y éste aporta nuevas pruebas de su culpabilidad, al tratar de demostrar su inocencia. De esta manera, reconocer las acusaciones le hace  culpable y negarlas también; y además, mentiroso. Este tipo de soluciones intentadas suelen describirse en casos en los que la confianza está en entredicho, cuando la suspicacia y las sospechas invaden las relaciones interpersonales: celos, mentiras, vigilancia, control… Entre los problemas más comunes de este apartado, están los celos, las sospechas características de las adicciones, los trastornos de la conducta alimentaria y los procesos de naturaleza paranoide. Merece mención a parte la hipocondría: en este caso el paciente sospecha tener algún tipo de enfermedad fatal y el profesional contribuye a confirmar estas sospechas al negar tal posibilidad. Nótese que cuanto más “falsas” sean las acusaciones, mayores serán los esfuerzos del acusado por demostrar su inocencia y más argumentos ofrecerá a los acusadores para que estén convencidos de su culpabilidad.

Rodriguez-Arias Palomo, J.L.; Venero Celis, M. (2006) Terapia familiar breve: Guía para sistematizar el tratamiento psicoterapéutico.  Madrid: Editorial CCS.

Soluciones que sólo complican las cosas IV: Pretender que alguien elija libremente lo que le impongo

Otro proceso interpersonal que complica las cosas es cuando alguien quiere que otro elija libremente lo que él le impone. En otras palabras, uno de los interlocutores desea que el otro se someta libremente a su voluntad. Algunos de los desacuerdos conyugales provienen de este tipo de procesos: él – o ella – expresa sus deseos de manera más o menos indirecta y el otro – la otra -, si accede a estos deseos, no vale porque ha sido sugerido, forzado; y si no accede, tampoco vale porque no “comprende”, no se somete a, los deseos del primero.

“Quiero que él comprenda mi situación y salga de él…- volver antes o colaborar en casa, ser más comprensivo con mis amistades, o más considerado con mis necesidades, con mis aficiones-.”

También es habitual este proceso en los problemas relacionados con la educación de los hijos. Casi todos los padres quieren que sus hijos obedezcan, que sean responsables y colaboradores; pero algunos esperan que sus hijos deseen obedecer, responsabilizarse, colaborar… y que lo hagan de buena gana, que “salga de ellos”, que quieran hacer lo que sus padres quieren que hagan.

“No sale de él ponerse a estudiar, por eso tengo que adelantarme y obligarle a hacerlo; así nunca aprenderá a estudiar por su cuenta, a responsabilizarse de sus cosas”. Y efectivamente, nunca aprenderá porque no tiene la oportunidad de hacerlo y, menos aún, de demostrarlo.

Rodriguez-Arias Palomo, J.L.; Venero Celis, M. (2006) Terapia familiar breve: Guía para sistematizar el tratamiento psicoterapéutico.  Madrid: Editorial CCS.

Soluciones que sólo complican las cosas III: Querer llegar a un acuerdo mediante oposición

Algunas veces el círculo vicioso característico de los problemas viene definido por los esfuerzos de dos interlocutores en llegar a acuerdos oponiéndose el uno al otro.

Cada uno se esfuerza en dar argumentos para convencer al otro de que él es el que tiene la razón. Cada argumento de uno de ellos es correspondido con un razonamiento en contra por parte del otro, de manera que al final de la discusión cada uno ha sido capaz de generar nuevos argumentos que prueban que él es el que tiene la razón. El resultado es que, a la postre, están más lejos del acuerdo de lo que estaban antes de empezar el debate. En estos procesos es frecuente que el tono de la conversación vaya subiendo y las razones vayan dejando paso a las descalificaciones, luego a los insultos y, finalmente, a la violencia física.

Este tipo de soluciones se describen en algunas riñas de pareja, conflictos generacionales, conflictos entre compañeros de trabajo, violencia doméstica, malos tratos… En todos estos casos cada quien trata de salirse con la suya y, aunque alguien puede sufrir mayores daños aparentes, ambos contendientes resultan claramente perjudicados por la situación interpersonal en la que están inmersos.

Rodriguez-Arias Palomo, J.L.; Venero Celis, M. (2006) Terapia familiar breve: Guía para sistematizar el tratamiento psicoterapéutico.  Madrid: Editorial CCS.

Soluciones que sólo complican las cosas II: Realizar un esfuerzo por dominar algo temido dejándolo para cuando se esté más preparado para enfrentarlo o para cuando el problema haya perdido fuerza

Se incluye cuando los problemas se abordan a través de la huida, haciendo como si no pasara nada, o mediante mecanismos de evitación, dando rodeos, eludiendo la responsabilidad… Cuanto más se evita o pospone un problema, más se acrecienta y más difícil y terrorífico resulta enfrentarlo. Aquí el tiempo juega claramente en el equipo contrario. La mayor parte de lo que en psicopatología se conoce como fobias, bloqueo, miedo escénico, miedo a hablar en público, encaja en este denominador común de las soluciones intentadas.

En algunos de estos casos el temor proviene de que los demás puedan llegar a darse cuenta de alguna característica personal que el paciente desea guardar celosamente o algún estado anímico que pretende ocultar. Con este fin se evita y pospone lo temido o el esfuerzo para que no se note lo que se desea mantener oculto es tal, que  interfiere gravemente con la actividad que se quiere desarrollar. Por ejemplo, un orador novato que, con el fin de no mostrar su inexperiencia, se pone tan nervioso y actúa tan torpemente que resalta justo lo que más desea ocultar: su inexperiencia.

Rodriguez-Arias Palomo, J.L.; Venero Celis, M. (2006) Terapia familiar breve: Guía para sistematizar el tratamiento psicoterapéutico.  Madrid: Editorial CCS.

Soluciones que sólo complican las cosas I: Intentar provocar adrede algo que sólo puede ocurrir de manera espontánea.

Pertenecen a este grupo la mayoría de los comportamientos dirigidos desde el sistema nervioso autónomo.

  • la conducta sexual: erección, eyaculación, excitación, orgasmo;
  • el sueño, el funcionamiento intestinal, los temblores, tics, espasmos musculares, el apetito, las respuestas vegetativas…-.
  • los sentimientos- las personas suelen acomodar sus sentimientos espontáneamente a la situación que viven; si los fuerzan los inhiben; si los eluden los provocan-,
  • y los deseos- las personas no pueden obligarse a tener ganas de…; cuanto más lo hacen menos lo consiguen-.

Los pensamientos tienen un estatus un tanto especial: se puede pensar en lo que se quiere y concentrarse en lo que se desea la mayor parte de las veces; pero no es posible obligarse a no pensar en una determinada idea u objeto. Rechazar un pensamiento implica necesariamente tenerlo presente.

La mayoría de las personas experimentan ocasionalmente alguna  de las perturbaciones descritas, que suelen corregirse  espontáneamente en un breve lapso de tiempo. Sin embargo, algunas veces se califican y definen como problema y se toman voluntariamente determinadas medidas para subsanarlas y evitar su reaparición. Estas medidas suelen suponer un esfuerzo  deliberado que, lejos de resolver, acrecienta o cronifica la dificultad convirtiéndola en un auténtico problema que sólo se resuelve cuando se abandonan estos intentos estériles de solución.

A menudo el deprimido se esfuerza en levantar su ánimo y, aunque no lo consigue, suele tener a alguien a su lado que lo anima e incita diciéndole que debería poner algo de su parte, que tiene de todo cuanto pueda desear y que no hay motivo para sentirse así… pero, ¿hay algo más deprimente que estar deprimido sin motivo y cuando se tiene de todo?

Rodriguez-Arias Palomo, J.L.; Venero Celis, M. (2006) Terapia familiar breve: Guía para sistematizar el tratamiento psicoterapéutico.  Madrid: Editorial CCS.